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¿Por qué la Edad Media?

Desde que tengo memoria, la Edad Media ha poblado mi imaginación. Están las luminosas ilusiones del caballero andante, el vívido colorido de la heráldica y estandartes agitándose en el viento. Está también el bosque lleno de misterios, donde, en alguna fantasía, derramé una poción y una bruja antigua resucitó en la torre que se alcanzaba a ver entre la espesura. Aún visito este paraje en algunos sueños, y siempre despierto, cuando aventuro un vistazo al interior de las habitaciones de la bruja.

Cuatro películas animadas marcaron mi infancia: El último unicornio, La espada en la piedra, Robin Hood y La bella durmiente. Todas ellas ambientadas en la edad media. Ciertamente, todas ellas interpretaciones modernas, anacrónicas y bastante imprecisas de la edad media. Sin embargo, cargadas de una estética en común, y de un lenguaje simbólico que quizás de forma no deliberada, deja traslucir un mundo ajeno a nuestros tiempos, pero muy cercano a nuestro subconsciente.
Póster de El último unicornio. Wikipedia.


Puedo pensar, no sin algo de agitación en el Toro Rojo, un ser que hasta hoy acecha mis pesadillas; cómo olvidar a la calavera parlante que entre su cinismo sólo desea volver a sentir el sabor del vino: quod sumus hoc eritis. Aún recuerdo la primera vez que "Grillo" sacó la espada que los hombres más fuertes no pudieron siquiera mover. Me pregunté entonces (como se preguntan los niños, más con la intuición que con palabras) qué pasaría si a mí se me otorgara una "prueba" similar: el concepto del destino se grabó en mi mente infantil.

El niño no sabe de historia o duración del tiempo. Su experiencia temporal aún no está consolidada en la linealidad. No sabíamos si lo medieval que nos presentaban esas historias memorables era algo recién ocurrido, o antiguo, o incluso futuro y por-venir. El anhelo de ser un caballero, ¿no parecía sumamente factible la primera vez que hicimos el descubrimiento precioso, de que una rama seca era una espada? Lo medieval, en mi infancia, fue una y otra vez el lugar donde vivían las historias, los héroes y la magia. Inclusive lo contemporáneo, cuando tomaba una cualidad distinta, pertenecía de inmediato a lo medieval; por ejemplo, la poción que derramé en el bosque de la bruja, no era más que Coca-Cola.

¿Será que la mayoría de los niños en occidente tienen este gran conjunto de elementos culturales que se agrupan como "lo medieval"? Es una conclusión que no aventuraré, pues me imagino que los niños que crecieron soñando con coches de carreras y pistolas, en vez de caballos y espadas, no tuvieron una exposición temprana a estas historias que hacen de la edad media su hogar. Sin embargo, la plétora de producciones culturales que toman algo de lo medieval, me conduce a pensar que muchos en occidente tenemos una idea de ello. Si no es a través de Tolkien, es a través de Rowling, o de las películas de Disney.

Hasta este punto, lo medieval parece ser algo deseable. Pero bien pronto, desde las primeras lecciones de historia, comienza a surgir un contraste en las categorías de nuestra mente. Lo medieval ahora se torna inestable, enfermo, oscuro. Lo moderno es firme, sano, luminoso. Es entonces que lo medieval toma un sentido ambivalente. Podemos usar lo medieval para describir una estética que nos es sumamente placentera, a la vez que lo podemos usar como un demérito, como algo contrario a lo que es bueno en nuestro cotidiano. Si algo nos parece irracional y atroz, podemos decir que es como de la edad media. Así, nuestra imaginación medieval se empieza a poblar de instrumentos de tortura, enfermedades terribles y todas las privaciones imaginables.

Se nos pintará la antigüedad clásica como una era de luz y en este afán harán de una época sumamente interesante no más que una perorata soporífera, tratada con la afectada dignidad del maestro que odia la historia que enseña. Después se mencionará de pasada una edad oscura, dos o tres detalles sobre esta edad detestable. Pero el renacimiento vino a salvarnos de tal oscuridad y se recuperó la luz de la antigüedad, y con tal luz entramos directito a nuestra edad. En adelante, la historia de escuela será un acúmulo de fechas y nombres, un ejercicio en el no-entendimiento.

Pero me parece que es justamente el vacío que se deja en la edad media, que permite a la imaginación posarse en ella y poblarla con nosotros mismos. Porque efectivamente, en nuestro egoísmo pueril no hacemos más que proyectarnos. La imprecisa definición de "la edad oscura" nos permite ensancharnos y explorar nuestro ser histórico sin la imposición de una historia estúpidamente normativa. En la edad media podemos jugar con la temporalidad, la espacialidad, y sobre todo, con el lenguaje simbólico que adquirimos en nuestra infancia. Es un lugar cómodo para imaginar y desarrollarnos. Eventualmente, conforme nuestro ser histórico madura, no es poco habitual que entendamos lo occidental como originario de lo medieval, pero a lo moderno como opuesto a lo medieval. Y es aquí que surge la piedra de toque, y la oscilación de nuestra historia: conforme nos preguntamos sobre nosotros mismos, la edad media es el punto de rompimiento; pero cuando nos perdemos, la edad media es el refugio, donde esperamos encontrarnos nuevamente.

Cuando decidí llevar mi fascinación por lo medieval a un estudio más serio, me topé con varias cosas curiosas. Primero, que lo auténticamente medieval es sumamente extraño: la literatura no es cómoda, el idioma es difícil y los códigos de inteligibilidad me eran completamente ajenos. Después, que la historia medieval nunca fue tan oscura y desconocida como a veces queremos creer, y que también se puede forzar a un acúmulo estéril de fechas y grandes sucesos, justo como la modernidad y la antigüedad; puede hacerse normativa y por lo tanto inútil para el desarrollo de nuestro ser histórico. Finalmente, que la edad media la conocemos en forma y "sabor" casi exclusivamente a través de los ojos del siglo XIX y los románticos; y aquellos medievalistas amateur más aventureros, a través de la escuela de los anales. Así pues, si deseamos acceder a la edad media, debemos hacerlo siempre con el cuidado de no perdernos en prejuicios o romanticismos. No lo digo, con la pretensión de alcanzar una mayor objetividad. Simplemente lo enfatizo porque la edad media es el espejo de occidente, y sólo si nos miramos en éste con sinceridad y humildad, se revelará al final algo significativo sobre nosotros mismos.

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